Se despertó cuando atardecía el uno de enero de 1984. Estaba desnudo, sobre la cama, destapado, tenía frío, pero sentía íntimo regocijo por no haber casi vivido aquel día.
El primero de enero debería estar prohibido, y el dos de enero también. El año debería empezar el 21 de marzo.
Explorando con mi padre los fondos dormidos alrededor de la isla habíamos descubierto una ristra de torpedos amarillos, encallados desde la última guerra; habíamos rescatado un ánfora griega de casi un metro de altura...
...con guirnaldas petrificadas, en cuyo fondo yacían los rescoldos de un vino inmemorial y venenoso, y nos habíamos bañado en un remanso humeante, cuyas aguas eran tan densas que casi se podía caminar sobre ellas.
A Esteban le gustaba la lechemigada, la lumbre alta, las filas de hormigas y el peinarse de mañanita hacia atrás con el peine muy bien mojado en agua fría.
También le encantaba ir con sus padres al pueblo las tardes de domingo y pasear por la plaza donde olía a escabeche en lata y a tela en piezas, a celofanes de caramelos de menta y a galletas de helado al corte, a cerveza, a raciones y a pólvora quemada.
Una taza dorada, de fino estilo, una taza de té... Aparece siempre una sola, una impar, de distintos juegos en distintos rincones...
Las que más atraen son las que tienen los bordes y el asa de ese dorado antiguo, que resulta inverosímil, tan indeleble, en tazas tan usadas, y que es como el residuo de aquel sol mañanero que presidió los desayunos de su primer dueño...